"YO SOY LUNA. Selene y el poder de Gaia"
Primera novela de la Saga.
Ebook, 105 páginas.
A la venta en Amazon por 0,99 euros.
FANTASÍA / CIENCIA FICCIÓN JUVENIL.
SINOPSIS:
Selene es una chica que vive en Copernicus, la mayor ciudad de la Luna en el siglo XXII. Lleva una vida normal; va al instituto, sale con sus amigas… hasta que la llegada de dos chicos procedentes de la Tierra cambia por completo su existencia.
Descubre que una organización secreta, la Hermandad, está captando a sus amigos y acrecentando ciertas aptitudes especiales en ellos. La finalidad de esta organización es proteger al gran ecosistema de la Tierra, llamado GAIA, del que depende la supervivencia de la Humanidad.
Un grupo disidente quiere impedir que cumplan sus objetivos; los dos bandos están inmersos en una lucha secreta y Selene se ve atrapada en ella. Su mejor amiga, Mare, le dice que ella tiene una conexión especial con GAIA, una conexión con la que puede influir en el destino final de la Humanidad.
Pero Selene no nota ninguna habilidad especial. ¿La estarán engañando? ¿Cuáles son las verdaderas intenciones de la Hermandad?
Y sobre todo; ¿Cuál es la misión secreta de Petrus, el chico terrícola que la sigue a todas partes?
COMIENZA A LEER LOS PRIMEROS CAPÍTULOS:
YO SOY LUNA:
Selene y el poder de Gaia
COMIENZA A LEER LOS PRIMEROS CAPÍTULOS:
YO SOY LUNA:
Selene y el poder de Gaia
DIARIO DE SELENE:
Cap. 1:
Me reencuentro con mi amiga Mare.
Se puede decir que todo
comenzó el primer día de instituto. Al fin se habían acabado las vacaciones de
verano. Vacaciones que yo había pasado en la ciudad, con mi familia, pues mis
padres son unos atareados científicos del Consejo Lunar y, al parecer, eso
implica que no pueden tener vacaciones ni ellos ni sus hijos. Así que,
básicamente, había pasado dos meses, o el equivalente a dos días lunares,
haciendo de niñera de mi hermano pequeño Craig. Por suerte, el año anterior
habíamos inaugurado la Gran Cúpula que hace de Copernicus Krater un pequeño
mundo en miniatura. Cada día salíamos de la ciudad excavada en las terrazas del
cráter, a disfrutar de un cielo tan azul como el de la Tierra, pero sin su
pesada gravidez. A Craig le encantaba bañarse en el nuevo Lago Insularum que habían
conformado a los pies de la cordillera central del cráter. Precisamente,
nuestra nueva escuela superior Gagarin se encuentra cerca de Insularum
Lake, a sólo cuatro estaciones de casa.
Aquel primer día de
clase había quedado en la estación L-4 con Mare; mi amiga íntima. Vamos juntas
al cole desde los seis años, ella es Selenita de primera generación, es decir,
sus padres nacieron en la Tierra, y ese verano había sido el primero que
habíamos pasado separadas. Ella acababa de llegar de sus vacaciones en la
Tierra. Era la primera vez que salía de la Luna.
Me bajé del metro
raíl y me senté en el banco junto al kiosco de la estación. A esas horas de la
mañana estaba a rebosar de personas que se dirigían a sus puestos de trabajo, y
de jóvenes estudiantes que corrían arriba y abajo con sus mochilas. Al poco, vi
acercarse a Mare, con la cara sonriente, visiblemente nerviosa. No nos veíamos
“in vivo” desde hacía semanas.
-¡Hola, Sel! Qué
guapa y alta estás.
Mar se abalanzó a mis
brazos, tanto como nos lo permitían nuestros trajes gravitón, que es como
llamamos a los pesados trajes gravitaciones que nos obligan llevar en la Luna.
Después de darnos unos achuchones y palmearnos las manos, caminamos de nuevo
hacia el metro raíl.
-Venga, Mar,
¡cuéntame, como te ha ido en la Tierra!
Mi amiga, había
estado un mes enterito allá arriba. Ella es una terraformadora nata, como
sus padres, y ningún terraformador que se precie puede presumir de serlo sin
antes haber visitado la Tierra.
-Pero si te lo he
explicado mil veces.
-Venga, que por el
inter red no es lo mismo.
A pesar de sus
reproches, estaba encantada de hablar de su tema favorito; la Tierra.
-¡Ha sido fantástico!
Sabes que en cuanto llegué me desmayé, creo que fue por la emoción, me puse tan
nerviosa que me debió bajar la tensión, porque a los cinco minutos estaba de
nuevo súper bien. Aunque ya sabes que es muy difícil adaptarse a la gravedad –Mar
hablaba atropelladamente debido a la emoción del reencuentro- es increíble, no
te puedes imaginar cómo maltratan el planeta esos terrícolas, y a pesar de
todo, el equilibrio es perfecto, los niveles de oxigeno se mantienen súper
uniformes en zonas totalmente alejadas entre sí y con climas extremos....
En ese punto la
interrumpí.
–Va, háblame del
chico ese tan guapo, Jon. El que iba detrás de ti como un corderito.
Mar se ruborizó.
–¿Cómo quieres que se
fijara en mí? Él era el enlace en la Tierra para nuestro grupo y a todas se les
caía la baba. Había unas chicas terrícolas guapísimas, de película, con unas
piernas estupendas, y yo apenas me mantenía en pie, y encima en los
trayectos largos tenía que usar una silla de ruedas. Que rabia me daba, después
de tanto entrenar quedé como una debilucha selenita. Pero, te juro que nada te
prepara para esa gravedad. ¡Es como estar pegado al suelo!
Entramos de nuevo en
el siguiente metro raíl y buscamos un par de asientos libres. A esas horas
estaba abarrotado, lleno de operarios que subían a la superficie para continuar
los trabajos de terraformación de nuestro nuevo hábitat. Aunque Copernicus City
existe desde hace décadas como ciudad subterránea, la Gran Cúpula que cubre el
exterior está operativa desde hace solo un año y los trabajos en el exterior
están todavía en su primera fase.
-Esas chicas
terrícolas te parecen de película porque todas las “películas” que vemos están
realizadas en la Tierra, pero en el canon de belleza lunar, tú eres mil veces
más guapa que ellas –le dije. Y muy convencida, pues creo que Mar es
increíblemente bella, no como las “achaparradas” chicas terrícolas de las
películas.
-En el canon de
belleza lunar, eres tú quien se lleva la palma, Sel.
Respondió. Yo hice una mueca con la cara, pues incluso
aquí en la Luna veo que la gente me mira como si fuera un bicho raro;
larguirucha, cabezona y de curvas extravagantes. Mi rostro es anguloso y de
rasgos marcados, demasiados grandes los labios, la nariz y los ojos. Mi aspecto
dice “cuidado, chica problemática”, aunque no es cierto, en el fondo soy un
trozo de pan.
-Pero, ¡qué haces!
-Me gritó, al ver que me desajustaba el traje y dejaba caer su peso sobre el
respaldo del asiento. No soporto esa estúpida norma de llevar sobrepesos para
que nuestros cuerpos se adapten a una gravedad superior a la lunar. El mío
tiene una masa de 100 kg, que es el mínimo permitido para mi peso,
pero todos los pasajeros de aquel abarrotado metro llevaban otros mucho más
pesados, de forma que la mayor parte de la energía gastada en el metro raíl se
usaba para mover esos pesos muertos, ¡y después nos quejamos de los derroches
en la Tierra!
-Ya sabes que opino
de estos trajes –le respondí-. Yo no tengo ninguna intención de visitar la
Tierra, ni Venus, ni siquiera Marte. Yo soy selenita, y aquí no
necesitamos para nada esa M.
-Pero te pueden ver,
¡y si te sancionan! –Dijo algo inquieta, mirando a derecha e izquierda. Pero
nadie nos prestaba atención.
-Deberíamos
manifestarnos en contra –de pronto recordé imágenes de manifestaciones
violentas en la Tierra -¿Viste alguna manifestación?– Pregunté agitada.
-No, no vi ninguna. Y
tampoco vi guerras, ni asesinatos ni nada por el estilo, así que ahórrate las
preguntas. Eso sí, por todas partes había policías armados, quiero decir con armas
de verdad, daba una sensación rara, como de peligro... –Entonces mi amiga me
miró muy seria, bajó la voz y me cogió la mano:
-Sel, sabes que fui a
visitar a mi abuela. Tengo que contarte algo que no podía decirte por inter
red, es algo extraño...
Sus palabras fueron
apagadas por un murmullo general. El metro había salido a la superficie, muchos
de los pasajeros hacía poco que estaban en C. City y varios de ellos se
volcaron sobre las ventanas del convoy. El espectáculo asombraba a todos: un
cielo azul, inmenso, rasgado de finas nubes blanquecinas se extendía hasta el
horizonte en todas direcciones. La Gran Cúpula cerraba totalmente el cráter,
con 90 km de diámetro y casi 5 km de altura en su cénit,
era prácticamente invisible al ojo poco habituado. La llamábamos la Gran
Cúpula, pero en realidad era una especie de globo, que adaptada su forma a la
presión de aire interior.
Mar también se acercó
a una ventana. El tejido de la Cúpula, de kilómetros de extensión, fue
elaborado en órbita lunar, y dejado caer suavemente sobre Copernicus Krater
hacía un par de años. Desde entonces era la estructura artificial más grande
jamás construida. Y espectacular incluso para la Tierra, desde donde era
visible a simple vista.
-¡Mira! –exclamó
señalando un grupo de álamos que no estaban allí tres meses atrás. Los árboles
se mecían levemente, algunas hojas salieron volando, dando la impresión de que
un grupo de pajarillos querían esconderse entre sus ramas. Pero eso era
imposible, todavía no se había llegado hasta esa fase de terraformación, de
momento sólo se habían introducido especies vegetales. Nuestra cúpula era el
“gran experimento” de los terraformistas; crear un ecosistema auto sostenible
fuera de la Tierra. Un experimento observado bajo lupa por toda la Humanidad, pues
de su éxito dependía poder exportar el sistema a otras colonias lunares y por
supuesto, avanzar hacia la “Gran Terraformación” de Marte y Venus.
El metro paró en
nuestra estación, cerca del gran edificio Gagarin, justo a los pies del monte
Kepler, en el centro de Copernicus Krater. A nuestros pies se extendía el lago
Insularum: varias hectáreas de superficie de agua extraída del subsuelo lunar.
A nuestro alrededor la actividad era frenética; maquinaria trabajando por todas
partes, construyendo calzadas, tratando tierras, plantaciones... En principio,
en el exterior solo se iban a construir edificios públicos, como nuestro
instituto, la biblioteca, el museo... por lo que la ciudad permanecería
básicamente enterrada y el exterior sería una especie de parque agrícola y
lúdico no residencial.
Al salir, ambas nos
pusimos las mascarillas anti polvo. Una de las lacras lunares es el polvo en
suspensión, al parecer, imposible de evitar por la cantidad y magnitud de
las obras que se estaban realizando.
El edificio Gagarin
era una estructura funcional y moderna, típicamente selenita, pues la curvatura
de sus paredes era impensable en una gravedad diferente a la nuestra. Tanto en
el exterior como en el vestíbulo del “insti” se acumulaban infinidad de chicos
y chicas, buscando la localización de sus respectivas clases. Nosotras fuimos
deambulando por los pasillos hacia la nuestra, intentando descubrir caras
conocidas entre la gente. En la Ciudad es tan elevada la tasa de
inmigración, que todos los años la cantidad de alumnos recién llegados supera a
los antiguos. A estos terrícolas los llamamos terranos, y sólo cuando dejan de
andar despistados y se adaptan a nuestro mundo, pasan a ser selenitas. Ese año,
en nuestra clase, Mar y yo éramos las únicas selenitas de nacimiento,
también irían a nuestra clase Caty y George, que llevan aquí desde los
diez años y algunos otros alumnos que conocíamos de vista, pero la mayoría
serían terranos primerizos.
Cap. 2:
Conocemos a dos chicos de la Tierra.
Comenzamos a jugar a
adivinar quienes eran recién llegados, la verdad es que no son difíciles
de localizar, todos ellos son gordos, achaparrados, o sea con unas piernas como
toneles. Suelen llevar trajes de gravitación enormes, como si quisieran pesar
lo mismo que en la Tierra, pero sobre todo se les detecta por la forma de
andar; van dando saltitos como los canguros. Los selenitas andamos de una forma
característica, damos pequeños pasos, para mantener el máximo contacto con el
suelo, es la forma más eficaz de moverse. Cuando llevo vestidos largos, cosa
que me encanta, Mar dice que parezco un fantasma que se desliza sobre el suelo
sin rozarlo, esa sería la imagen de una selenita al andar. Así que nos reíamos
con ganas, viendo como algunos se golpeaban contra el techo o se ayudaban agarrándose
con las manos en el quicio de las puertas. Así llegamos hasta nuestra clase.
Los gemelos Caty y George ya estaban allí, junto con otros jóvenes a los que no
conocíamos. Les saludamos.
-¡Qué tal chicos!
Como han ido las vacaciones. –La pregunta era retórica, pues ya habíamos
entrado en su inter red y sabíamos lo que habían hecho. Habían estado una noche
lunar, el equivalente a 15 días terrestres, en la otra punta del mundo, en la
cara “oculta”, donde la Tierra no brilla nunca y donde están la mayoría de
observatorios espaciales.
Caty es una chica
rubia muy pecosa, tan habladora como callado es su hermano. Nos respondió:
-Estuvimos en Komarov
City, nos hartamos de observar estrellas y galaxias. Pero lo que es una pasada
es la pista de hielo, la más grande del universo, está en una cavidad natural
a 2 km bajo tierra, y el agua lleva allí congelada unos 1.000 millones
de años, así que los rusos solo han tenido que presurizar la cavidad y apenas
modificar el entorno, se mantiene a 10 grados bajo cero, pero hay una
zona donde han colocado un estanque de agua caliente, es fantástico estar
dentro del agua, calentita y la cabeza....
Caty interrumpió su
parloteo, incluso George dejó de manipular su móvil, porque Mar se había
quedado literalmente pálida, mirando desconcertada hacia la puerta de entrada,
todos nos giramos. Allí había un grupo de chicos, terranos, hablando y bromeando
entre ellos, noté algo familiar en uno de ellos. De pronto, el chico miró
directamente a nuestro grupo y nos dedicó una amplia sonrisa, llena de dientes
blanquísimos, en realidad miraba directamente a Mar, entonces lo reconocí:
-¡Es Jon! Tu
“amiguito”. ¿Qué hace aquí? –Susurré.
-Y yo que sé –me
respondió entre dientes, sin poder decir nada más pues Jon se dirigía
directamente hacia nosotros.
-Hola, Mare, que
sorpresa, ¿verdad? –Mi amiga se ruborizó y no supo muy bien que decir. El tipo
era realmente guapo, con un pelo no muy largo que le caía de forma natural
hacia un lado. No más alto que yo, pero con un cuerpo atlético y atractivo,
incluso para un terrano. Pero sobre todo con unos ojos de color indefinido,
extremadamente dulces, que te decían “confía en mí”.
-Pero, ¿qué haces
aquí? No sabía nada –logró replicar Mar.
-No te dije nada,
porque hasta última hora no nos han confirmado las plazas. Hay tanta demanda,
que no es fácil conseguir una admisión. Hemos venido solos, sin nuestros
padres. –Jon se refería a él mismo y a un tipo que se había acercado con él. Se
hallaba a sus espaldas. Un chico alto, delgado, de semblante serio, con una
mirada... inquietante, escrutadora, y que, extrañamente, parecía fijar en mí.
-Cómo todavía nos
falta un año para la mayoría de edad –continuó diciendo Jon- los trámites para
venir han sido un poco complicados.
Mar le respondió algo
más relajada:
-Así, habéis tenido
que concertar con un tutor aquí en la Luna. Pero, no entiendo, porque no me lo
has dicho. Mis padres te podrían haber ayudado.
- No te preocupes,
Mar, ahora ya lo tenemos todo resuelto –la entrada del profesor
interrumpió la conversación, pero Jon aún continuó antes de buscar dos asientos
en la parte de atrás–. Me alegro mucho de verte y espero que aquí seas tú quien
me haga de guía.
La clase comenzó. Nos
ordenaron apagar los móviles y nos dieron una retahíla de normas a seguir,
horarios, etc. Pero durante toda la mañana, no dejé de sentir fija en mi cogote
la mirada penetrante del extraño amigo de Jon.
Al mediodía acabaron
las clases teóricas, y teníamos un rato para comer algo en la cafetería antes
de dirigirnos a nuestras zonas de prácticas. Cada alumno debe elegir unas
prácticas, ayudando en alguno de los sectores de la ciudad. Nosotras ya
habíamos elegido nuestras actividades hacía meses, pero muchos de los terranos
nuevos estaban enfrascados con sus móviles acabando de decidir entre decenas de
actividades, con cara de no entender la mitad de ellas. Mar y yo reíamos entre
dientes, pues muchos de ellos acabarían, sin saber cómo, limpiado el polvo
colgados a 100m de altura, al elegir la opción “Estructuras y mantenimiento”
sin leer bien la letra pequeña.
Jon y su amigo, al
que había presentado como Pet (no de Peter, sino de Petrus) y cuyas únicas
palabras hasta entonces habían sido “Hola”, vinieron con sus bandejas a
sentarse en nuestra mesa.
-Hola Chicas, ¿Cómo
va? –Saludó Jon.
-Bien, ¿ya habéis
elegido práctica? –preguntó Mar.
-Yo me he apuntado
con el profesor Miakoda, como tú, supongo que ya te lo imaginabas –Respondió
Jon mirando de reojo a mi amiga. El profesor Miakoda es una leyenda en la Luna,
todo el proyecto de terraformación es, como quien dice, obra suya. Y solo
admite a un grupo selecto y reducido de estudiantes en sus prácticas.
–Pet está en
aerodinámica aplicada –Acabó diciendo.
Al oírlo, dejé de
prestar atención a mi bandeja y me quedé con la boca abierta. Aerodinámica era
mi optativa, y era una práctica poco solicitada, ¿a quién le interesa la
aerodinámica en un planeta sin aire? Yo me apunté, entre otras cosas, para no
estar bajo de supervisión de mis padres o mi abuela.
-Vaya, que
casualidad, ¿No? –Dije con toda la intención que pude.
Pet me miró con una
media sonrisa.
–Ya he visto que tú
también estas apuntada, si te molesta puedo cambiar de opción.
-¡Vaya! Pero si
también hablas. No me molesta. Puedes apuntarte donde quieras –respondí, y él
continuó mirándome con esa sonrisa indescifrable. Yo no sabía que más decir.
Jon vino a rescatarme:
-Sabéis que Miakoda
es nuestro mentor y tutor aquí en la Luna. Nos quedaremos en unas habitaciones
que tiene cerca del Laboratorio de Interpretación. Creo que allí también hay
algunos otros discípulos. Pero, ahora que os hemos encontrado, espero que
tengáis la amabilidad de enseñarnos la ciudad y todo esto.
-Sabes que puedes
contar con nosotras -replicó Mar sonriente–. ¿Verdad?, Sel.
-Por supuesto
–respondí levantando una ceja.
Pet parecía distraído
mirando por la ventana de la cafetería, desde allí había una vista preciosa del
monte Kepler.
-Es chulo, verdad –le
dije.
-Perdona, ¿El qué?
–dijo despistado. Otra vez me hizo sentir como una idiota.
-La montaña –gruñí.
-Ah, bueno, en
realidad intentaba ver la cúpula, no consigo distinguir nada. ¿No tenéis miedo
de que se rompa, o caiga un meteorito y la desinfle como un globo?
-Uh... –dijo Mar
atragantándose con un trozo de cup cake.
–Sel te puede
explicar todo lo que quieras sobre la cúpula. El proyecto cúpula está dirigido
por sus padres.
Me molesta que Mar
presuma de mis padres o de mi abuela, no quiero ser valorada por lo que ellos
son, sino por lo que yo misma soy. Así que, aunque me llevo muy bien con ellos,
intento no mencionarlos nunca.
-La cúpula es muy
segura –comencé a explicar con desgana–, está construida con un material
transparente y flexible pero muy resistente, además tiene una doble
cámara, como un neumático.
-Pues eso, si pinchas
un neumático se queda sin aire –insistió Pet.
-Bueno, a ver, en
realidad está compuesta por una retícula de infinidad de células, cada célula
es semi-independiente de las otras. Imagínate una especie de plástico de
burbujas, de esos de embalar, sólo que cada burbuja tiene un diámetro
aproximado de 60 cm. Y el fluido que hay presurizado en su interior es
especial, es un gas técnico de última generación. Los impactos de micro meteoritos
de pocos milímetros, son absorbidos por la capa exterior sin problemas, si el
meteorito tiene un centímetro, o así, puede romper la capa, en ese caso el gas
técnico se escapa al exterior y tiene la propiedad de polimerizar rápidamente,
sellando el orificio. Además de frenar y quemar el meteorito –viendo que
captaba la atención de ambos chicos, seguí mi rollo algo más animada–.
Imaginaos una herida en nuestro cuerpo, al principio sangra, pero las plaquetas
se solidifican y taponan la herida, formando una costra. Pues la cúpula
funciona de forma parecida. Solo hay peligro si se trata de un meteorito
realmente grande, de decenas de centímetros; en ese caso la cúpula también se
acabaría auto reparando, no perderíamos aire, pero el meteorito llegaría a impactar
contra el suelo, y estallaría como una bomba.
-Vaya, ¡pues tampoco
nos tranquilizas! –Espetó Jon.
-Las probabilidades
de impactos de meteoritos de ese tamaño son muy bajas, menores que en la Tierra
–continué– además, no querréis vivir para siempre.
Creo que me
ruboricé un poco, porque esa frase la había oído en una película hacía poco,
pero saliendo de mi boca no me pareció tan graciosa.
-El fluido del que
habla Sel –intervino Mar– es un diseño de su padre, tiene muchas otras
propiedades, es súper aislante, impide el paso de los rayos ultravioleta y
tiene propiedades magnéticas de forma que nos protege también del viento solar
y los rayos cósmicos. Además, se puede controlar mediante la red eléctrica de
la retícula para crear fotoluminiscencia, así, que por la noche se puede
iluminar, o ensombrecer durante el día.
-Así, ¿no tendremos
una noche de quince días? -Interrumpió Pet sin borrar su media sonrisa- ¡Qué
lástima! Jon estaba entusiasmado con dormir medio mes seguido.
La broma provocó un
puñetazo de Jon sobre el hombro de Pet, y este se quejó mucho, aunque estaba
claro que no le había hecho ningún daño.
-En realidad tiene
razón, me encanta dormir –Se rió Jon– no creo que pueda aguantar despierto los
quince días de luz.
-No te preocupes, la
Cúpula se volverá rojiza hacia las ocho de la tarde, seguimos el horario
terrícola de 24 horas, pero no se oscurecerá del todo, solo lo necesario para
reflejar parte de la radiación solar y no cocernos aquí dentro –expliqué.
Cuando nos dimos
cuenta, ya era casi la hora de comenzar las prácticas. Así que corrimos hacia
nuestros destinos. Mar y Jon debían volver a la ciudad subterránea donde estaba
el laboratorio del profesor Miakoda. Pet y yo solo teníamos que caminar un
poco, el departamento de Aerodinámica y Estructuras aéreas estaba en el
exterior, en un pequeño edificio anexo al Gagarin.
Cap. 3:
En clase de prácticas con Pet.
Caminamos un rato en
silencio, hasta que él lo rompió.
-Oye, Sel, siento que
te moleste que haya elegido las mismas prácticas que tú. Antes lo he dicho en
serio, si quieres me cambio. No hay problema.
Miré su rostro, serio
y sereno, sus ojos oscuros que seguían turbándome con su mirada.
–No, no. Está
bien, soy yo que... a veces soy un poco borde –Me sonrió dando por
zanjado el tema. Yo le pregunté:
-Entiendo por qué Jon
ha venido a la Luna, Mar me había explicado su pasión por la terraformación,
pero tú, por qué has venido, ¿qué te ha traído hasta aquí?
Otra vez nos
detuvimos, y de nuevo fijó su mirada en mí. De pronto, por un instante, sentí
que su respuesta iba a ser: “Estoy aquí por ti. Tú eres el motivo por el que he
venido a la Luna”, incluso sufrí un pequeño mareo. Pero si el notó algo extraño
en mí, lo disimuló, y dijo:
-En realidad estoy
aquí porque una amiga del profesor Miakoda me lo ha pedido, pero no asisto a
sus prácticas, porque no soy un Traductor.... un terraformador.
No quise indagar más
sobre su enigmática respuesta, así que llegamos hasta el centro aéreo sin
intercambiar muchas más palabras. Allí nos recibió Frank, el joven ingeniero
aeroespacial que se ocupaba de nosotros. Yo ya había trabajado con Frank este
verano. Es un tipo fantástico, tiene veinticinco años y es increíblemente guapo.
-Hola, Sel. Veo que
finalmente has convencido a alguien más para apuntarse a nuestro grupo –comentó
risueño.
-Más bien se ha
convencido sólo –murmuré.
-Hola, Pet.
Bienvenido a la Luna –saludó– no sé si lo sabes, pero este verano hemos estado
trabajando con Sel en un diseño de transporte aéreo ultraligero. Ahora que
tenemos aire en nuestra Luna, hay que aprovecharlo. Este curso continuaremos
con el trabajo, nuestro objetivo es poder presentar un prototipo al Consejo a
final de trimestre.
-Pero, Sel –dijo dirigiéndose
a mí- hoy es el primer día y Pet todavía debe estar habituándose, ¿Por qué no
lo dedicamos a juegos aerodinámicos?
Los juegos
aerodinámicos de Frank están en el patio trasero del centro, una gran explanada
de suelo lunar justo al pie del monte Kepler. Aparecía, este, imponente, con
sus más de mil metros de altura alzándose desafiantes frente a
nosotros. En la explanada había varios “juguetes” aviones en miniatura, globos,
discos voladores, boomerangs, pequeños paracaídas, juegos y dianas de dardos.....
Hasta una diana lejana y un juego de flechas. La idea era experimentar cómo
responden aerodinámicamente diferentes objetos en la atmósfera Lunar de la
Cúpula. Teniendo en cuenta la gravedad lunar y su lenta rotación, los efectos
aerodinámicos no son los mismos que en la Tierra.
-Te reto a una
partida de dardos –le dije a Pet.
Jugamos un rato,
hasta que Pet le cogió el tranquillo y empezó a acertar en la diana, entonces
pasamos a otros juegos, lanzamos discos e hicimos un concurso de aviones de
papel, que, naturalmente gané, finalmente Pet se acercó al arco y las flechas.
-Vamos a lanzar
algunas flechas –me dijo– te aviso que soy un arquero experto.
Yo decidí no
avisarle, de que el arco también era una de mis pasiones. Así que cogí el arco,
elegí una flecha y me puse en posición a unos 30 metros de la diana,
apunté, solté con suavidad la cuerda, y la flecha se clavó limpiamente en el
centro.
-¡Vaya! –Exclamó él–
señora amazona –dijo haciéndome una reverencia. Yo le pasé el arco con otra
reverencia. Él cogió una de las flechas más largas y también se puso en
posición. Tensó el arco toda la longitud de la flecha, y, desde luego,
estaba apuntando alto, así que la flecha salió disparada a increíble
velocidad, pasó dos palmos por encima de la diana y siguió su camino hasta
perderse por las inmediaciones de la montaña. Me fue imposible no echarme a
reír.
-¡Dios! –Gritó,
cayendo de rodillas al suelo –dije que era experto, pero no que era bueno.
Oímos unas carcajadas
a nuestras espaldas. Era Frank en la puerta del patio.
-Pero Pet –dijo rojo
como un tomate de tanto reír–. ¿Te suena de algo un sexto de g? ¿Dónde ha ido,
a dos kilómetros?
Todavía reía cuando
nos despidió un rato después:
–La flecha es
propiedad del centro, la quiero de vuelta mañana –se burló– pero, ¡tráela en la
mano, por favor!
Cap. 4:
Mar explica una extraña historia.
Aquella tarde,
después de despedirme de mi compañero. Subí al metro raíl y me conecté con Mar.
Básicamente quería saber cómo le había ido. Ella ya estaba en casa. Se mostró esquiva
y su cara me pareció lo suficientemente preocupada como para no protestar
cuando me pidió que fuera a verla, no quería hablar por el móvil.
Los pasillos
peatonales de la ciudad subterránea son anchos, por ellos pueden caminar varias
personas a la vez sin problemas, pero después de pasar todo el día en el
exterior, puedes comprender por qué los terranos los encuentran
claustrofóbicos. El apartamento de Mar y sus padres está en un cruce de
pasillos, una placita circular con un bonito quiosco informativo en el centro.
Antes de llamar a la puerta Mar me abrió. Pasamos a su habitación. Sus padres
aún no habían llegado.
Dejé mi gravitón en
un rincón, ella también se lo había quitado. La vi algo reservada, con la
mirada perdida, así que para animarla un poco comencé a charlar sobre la
anécdota de la flecha. Le expliqué que finalmente había prometido a Pet
ayudarle a buscar la flecha el domingo, y que él se las había ingeniado
para comprometernos a los cuatro; ella y Jon incluidos, para hacer una excursión
por el monte Kepler el mismo domingo, y así poder ver una panorámica de
Copernicus Krater.
-He pensado darles
una sorpresa con la que nos reiremos un montón; llevaremos nuestras mochilas
especiales –acabé diciendo. Pero ya no podía disimular más con mi amiga–.
Vamos, Mar qué es eso que tanto te preocupa. Soy toda oídos.
Mar se recostó sobre
su cama –¿Te acuerdas que esta mañana te iba a explicar lo que pasó cuando fui
a visitar a mi abuela en la Tierra?, pues creo que debería empezar por ahí.
Me senté junto a
ella, expectante, dispuesta a oír todo lo que me tuviera que decir.
Y esta es la Historia
que Mar me contó...DESCARGAR NOVELA COMPLETA EN AMAZON
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