viernes, 4 de agosto de 2017

RELATO: VENGANZA ROQUERA

Otro relato negro, casi gris. La vida es dura incluso para los viejos rockeros...


El sol del mediodía atraviesa los ventanales, golpeando sin piedad la amplia habitación del hotel cinco estrellas: tapicería clara, paredes blancas, cama enorme. Un hombre de mediana edad yace sobre ella con las piernas y los brazos atados en cruz, sujetos a los barrotes del dosel. Sábanas sudadas anudan sus tobillos y muñecas. El cuerpo está parcialmente cubierto hasta la mitad del torso.
Abre los ojos, el dolor de cabeza es tremendo. Resaca de alcohol y drogas. Tarda en advertir las ligaduras, la noche fue movida. Le cuesta recordar. El concierto acabó tarde, el público coreó su nombre: «Mr. Jon», y como siempre, hubo fiesta en el hotel. Joder, ¿con quién se acostó? Oye ruido en el baño, quiere llamar pero no le sale la voz. El móvil zumba sobre la mesita con insistentes wasaps. Intenta cogerlo, pero las estúpidas sábanas se lo impiden.
—¡Mierda! —El exabrupto suena rasgado, ronco.
—¡Eh! ¿Hay alguien ahí? ¡Vamos zorra, ven a desatarme!
No importa quién sea, a todos sus ligues las llama zorras. Intenta recapitular; recuerda a un pibón, muy alta, labios gruesos, pechos de silicona, culo duro como un balón de fútbol. ¡Hostia! Sí, se acuerda de ella. ¿Cómo se llamaba?
El agua corre en el lavabo. Algunas escenas de la noche comienzan a danzar en su mente. Se retuerce intranquilo. ¿Por qué se dejó atar? Eso todavía está turbio. Siente ganas de mear y un dolor agudo en el bajo vientre.
Al fin asoma ella en bata de lencería negra. Debajo solo unas braguitas. Cuerpo exuberante. En la mano una tablet con la cámara encendida, enfocándolo.

—Hola, guapetón. ¿Ya te has despertado?
—¡Joder! No me grabes y suéltame.
Ella se acerca sonriente, sin apartar el aparato.
—Anoche no te importó que grabara.
—¿Lo hiciste?
—¿Lo has olvidado?
Ella gira el dispositivo para reproducir una película de mala calidad, parece un burdo vídeo pornográfico, pero el rostro de Jon destaca con nitidez.
—¿Te refresca esto la memoria?
También queda claro que ella es él: el pibón es un travesti bien dotado.
—Cabrona.
Ella ríe y se sienta en una de las butacas junto al lecho.
—A tus fans no les gustará ver lo mariquita que eres.
La cabeza de Jon todavía da vueltas. ¿Quién se cree que es esa zorra? ¿Pretende chantajearle?
—¿Qué cojones quieres, Cris? —el nombre le ha salido sin pensar. ¿Cris de Cristian?
En vez de responder, ella juega con la tablet, se conecta al instagram del rockero y le muestra como está a punto de subir el vídeo a la red. Se está divirtiendo.
—¿Quieres dinero? Me importa un mojón que cuelgues ese vídeo. Aumentará mi fama.
—¿Seguro, Juan?
Detesta que utilicen su verdadero nombre. Y no, no le da igual, arruinaría su carrera.
—¡Deslígame! —patea alterado, dando tirones a las ataduras. Los movimientos bruscos le provocan náuseas, y está a punto de vomitar.
—No te sulfures, hombre. Te voy a decir lo que quiero. ¿Te acuerdas de Mónica?
Durante unos segundos se queda en blanco, el nombre no le evoca nada, hasta que al fin se enciende una lucecita; no puede ser otra Mónica.
—¿Mi ex?
—¡Bingo! Sí, tu novia hasta hace tres meses.
—¿Qué pasa con ella? Solo salimos medio año. ¿La conoces?
—Fue más tiempo, capullo, pero da igual. Y lo que pasa es que la jodiste. Te aprovechaste de ella y la convertiste en una alcohólica y una drogadicta. Y cuando te cansaste le diste la patada. Cuando te necesitó, tú la abandonaste.
—Sí, soy un cabrón, ¿es amiga tuya? ¿Cómo está? ¿Qué queréis de mí?
—Era mi hermana, y ha muerto por sobredosis.
El rostro de Cris toma un cariz serio, cruel, más masculino que nunca. Jon observa horrorizado una pequeña navaja que descansa sobre el reposabrazos del sillón. Ella despliega la afilada hoja y contempla con severidad al hombre.
—Busco venganza —susurra mientras pulsa la pantalla táctil de la tablet con la punta de la cuchilla. Unos golpecitos acompañados de un sonido electrónico.
—¿Lo has enviado? ¡No jodas! Lamento lo de Mónica, te compensaré —lloriquea él.
—Demasiado tarde. Nuestra noche de lujuria ya corre por las redes.
—¡Eres una puta! Te podría haber ofrecido mucho dinero —grita enfurecido.
—No te muevas tanto, se van a deshacer los puntos.
—¿Qué?
Jon se contorsiona desesperado, y consigue destaparse un poco, lo justo para ver sus calzoncillos manchados de rojo. Su rostro refleja espanto, terror.
—¿Te expliqué que soy enfermera? —comenta Cris con indiferencia.
—¡Dios! ¡Qué has hecho!
—Llevarme tu último polvo. Ahora eres menos hombre que yo.
Un dolor agudo se instala en sus partes, y un aullido áspero estalla en el aposento.
—Creo que la anestesia local comienza a remitir —dice ella con tono profesional, insensible.
Cris se levanta y camina hasta el mueble bar, lo abre y coge un botellín de vodka, antes de cerrar señala una pequeña fiambrera:
—Pero no está todo perdido. Aquí, tu amiguito, se conserva bien. Si te coge un buen cirujano a tiempo, lo podrá recomponer —vuelve a acomodarse en la butaca y echa un trago.
Jon está noqueado, a punto de perder el conocimiento, no puede creer que esa puta le haya cortado el miembro mientras estaba inconsciente. Contempla la nevera horrorizado.
—Por favor, por favor… —la súplica es desesperada, está vencido, derrotado, apenas puede pensar con claridad.
—¿Quieres recuperarlo? Hagamos una llamada —ella sonríe y le enseña el teléfono—. Sé que tienes una cuenta opaca en Seychelles. Habla con tu operador y hazme una transferencia.
Cris deja sobre el colchón un papel con dos números escritos a mano; un importe en euros y un número de cuenta. Jon no tiene fuerzas para discutir, desfallece por momentos, el tiempo corre en su contra. Obediente, cumple lo demandado. Cuatro largos minutos de conversación con su agente en Panamá y cierra la operación.
—¡Perfecto! —Cris retira el móvil de la oreja del rockero y besa su frente.
Un olor a fritura inunda la estancia. Viene del office, invisible desde el dormitorio. ¿Qué significa? ¿Algo se quema? Por el pasillo aparece una mujer. El corazón de Jon da un vuelco. ¡Es Mónica! La muerta. En su mano empuña una salchicha a medio morder.
—Qué gilipollas eres, «Mr. Jon». Te lo crees todo —le dice con la boca llena.
Él no ve una longaniza, imagina otra cosa; su miembro amputado,  y rompe a gimotear de nuevo. Mónica se aproxima y de un tirón le baja los calzoncillos. Su pene continúa allí, pequeño, pero intacto, con una pinza de ropa pellizcando la punta de su prepucio. Cris y Mónica ríen y se besan, con lengua, no como hermanas.
—Tengo otra buena noticia —informa Cris mientras da un bocado a la salchicha— No he subido el video. Si te portas bien y no te vas de la lengua, quizás no lo enviemos. Guapetón.


FIN.

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