El sol del
mediodía atraviesa los ventanales, golpeando sin piedad la amplia habitación del
hotel cinco estrellas: tapicería clara, paredes blancas, cama enorme. Un hombre
de mediana edad yace sobre ella con las piernas y los brazos atados en cruz,
sujetos a los barrotes del dosel. Sábanas sudadas anudan sus tobillos y muñecas.
El cuerpo está parcialmente cubierto hasta la mitad del torso.
Abre los ojos,
el dolor de cabeza es tremendo. Resaca de alcohol y drogas. Tarda en advertir las
ligaduras, la noche fue movida. Le cuesta recordar. El concierto acabó tarde, el
público coreó su nombre: «Mr. Jon», y como siempre, hubo fiesta en el hotel.
Joder, ¿con quién se acostó? Oye ruido en el baño, quiere llamar pero no le
sale la voz. El móvil zumba sobre la mesita con insistentes wasaps. Intenta cogerlo, pero las
estúpidas sábanas se lo impiden.
—¡Mierda! —El
exabrupto suena rasgado, ronco.
—¡Eh! ¿Hay
alguien ahí? ¡Vamos zorra, ven a desatarme!
No importa quién
sea, a todos sus ligues las llama zorras. Intenta recapitular; recuerda a un
pibón, muy alta, labios gruesos, pechos de silicona, culo duro como un balón de
fútbol. ¡Hostia! Sí, se acuerda de ella. ¿Cómo se llamaba?
El agua corre en
el lavabo. Algunas escenas de la noche comienzan a danzar en su mente. Se
retuerce intranquilo. ¿Por qué se dejó atar? Eso todavía está turbio. Siente
ganas de mear y un dolor agudo en el bajo vientre.
Al fin asoma
ella en bata de lencería negra. Debajo solo unas braguitas. Cuerpo exuberante.
En la mano una tablet con la cámara
encendida, enfocándolo.
—Hola, guapetón.
¿Ya te has despertado?
—¡Joder! No me
grabes y suéltame.
Ella se acerca
sonriente, sin apartar el aparato.
—Anoche no te importó
que grabara.
—¿Lo hiciste?
—¿Lo has
olvidado?
Ella gira el
dispositivo para reproducir una película de mala calidad, parece un burdo vídeo
pornográfico, pero el rostro de Jon destaca con nitidez.
—¿Te refresca
esto la memoria?
También queda
claro que ella es él: el pibón es un travesti bien dotado.
—Cabrona.
Ella ríe y se
sienta en una de las butacas junto al lecho.
—A tus fans no
les gustará ver lo mariquita que eres.
La cabeza de Jon
todavía da vueltas. ¿Quién se cree que es esa zorra? ¿Pretende chantajearle?
—¿Qué cojones
quieres, Cris? —el nombre le ha salido sin pensar. ¿Cris de Cristian?
En vez de
responder, ella juega con la tablet,
se conecta al instagram del rockero y
le muestra como está a punto de subir el vídeo a la red. Se está divirtiendo.
—¿Quieres
dinero? Me importa un mojón que cuelgues ese vídeo. Aumentará mi fama.
—¿Seguro, Juan?
Detesta que
utilicen su verdadero nombre. Y no, no le da igual, arruinaría su carrera.
—¡Deslígame! —patea
alterado, dando tirones a las ataduras. Los movimientos bruscos le provocan náuseas,
y está a punto de vomitar.
—No te sulfures,
hombre. Te voy a decir lo que quiero. ¿Te acuerdas de Mónica?
Durante unos
segundos se queda en blanco, el nombre no le evoca nada, hasta que al fin se
enciende una lucecita; no puede ser otra Mónica.
—¿Mi ex?
—¡Bingo! Sí, tu
novia hasta hace tres meses.
—¿Qué pasa con
ella? Solo salimos medio año. ¿La conoces?
—Fue más tiempo,
capullo, pero da igual. Y lo que pasa es que la jodiste. Te aprovechaste de
ella y la convertiste en una alcohólica y una drogadicta. Y cuando te cansaste
le diste la patada. Cuando te necesitó, tú la abandonaste.
—Sí, soy un
cabrón, ¿es amiga tuya? ¿Cómo está? ¿Qué queréis de mí?
—Era mi hermana,
y ha muerto por sobredosis.
El rostro de
Cris toma un cariz serio, cruel, más masculino que nunca. Jon observa
horrorizado una pequeña navaja que descansa sobre el reposabrazos del sillón. Ella
despliega la afilada hoja y contempla con severidad al hombre.
—Busco venganza
—susurra mientras pulsa la pantalla táctil de la tablet con la punta de la cuchilla. Unos golpecitos acompañados de
un sonido electrónico.
—¿Lo has
enviado? ¡No jodas! Lamento lo de Mónica, te compensaré —lloriquea él.
—Demasiado
tarde. Nuestra noche de lujuria ya corre por las redes.
—¡Eres una puta!
Te podría haber ofrecido mucho dinero —grita enfurecido.
—No te muevas
tanto, se van a deshacer los puntos.
—¿Qué?
Jon se contorsiona
desesperado, y consigue destaparse un poco, lo justo para ver sus calzoncillos
manchados de rojo. Su rostro refleja espanto, terror.
—¿Te expliqué
que soy enfermera? —comenta Cris con indiferencia.
—¡Dios! ¡Qué has
hecho!
—Llevarme tu
último polvo. Ahora eres menos hombre que yo.
Un dolor agudo
se instala en sus partes, y un aullido áspero estalla en el aposento.
—Creo que la anestesia
local comienza a remitir —dice ella con tono profesional, insensible.
Cris se levanta
y camina hasta el mueble bar, lo abre y coge un botellín de vodka, antes de
cerrar señala una pequeña fiambrera:
—Pero no está todo
perdido. Aquí, tu amiguito, se conserva bien. Si te coge un buen cirujano a
tiempo, lo podrá recomponer —vuelve a acomodarse en la butaca y echa un trago.
Jon está noqueado,
a punto de perder el conocimiento, no puede creer que esa puta le haya cortado
el miembro mientras estaba inconsciente. Contempla la nevera horrorizado.
—Por favor, por
favor… —la súplica es desesperada, está vencido, derrotado, apenas puede pensar
con claridad.
—¿Quieres
recuperarlo? Hagamos una llamada —ella sonríe y le enseña el teléfono—. Sé que
tienes una cuenta opaca en Seychelles. Habla con tu operador y hazme una
transferencia.
Cris deja sobre
el colchón un papel con dos números escritos a mano; un importe en euros y un número
de cuenta. Jon no tiene fuerzas para discutir, desfallece por momentos, el
tiempo corre en su contra. Obediente, cumple lo demandado. Cuatro largos
minutos de conversación con su agente en Panamá y cierra la operación.
—¡Perfecto!
—Cris retira el móvil de la oreja del rockero y besa su frente.
Un olor a
fritura inunda la estancia. Viene del office, invisible desde el dormitorio.
¿Qué significa? ¿Algo se quema? Por el pasillo aparece una mujer. El corazón de
Jon da un vuelco. ¡Es Mónica! La muerta. En su mano empuña una salchicha a
medio morder.
—Qué gilipollas
eres, «Mr. Jon». Te lo crees todo —le dice con la boca llena.
Él no ve una longaniza,
imagina otra cosa; su miembro amputado, y rompe a gimotear de nuevo. Mónica se aproxima
y de un tirón le baja los calzoncillos. Su pene continúa allí, pequeño, pero intacto,
con una pinza de ropa pellizcando la punta de su prepucio. Cris y Mónica ríen y
se besan, con lengua, no como hermanas.
—Tengo otra
buena noticia —informa Cris mientras da un bocado a la salchicha— No he subido el
video. Si te portas bien y no te vas de la lengua, quizás no lo enviemos. Guapetón.
FIN.
Digno de un capítulo de Misión Imposible! Buen relato.
ResponderEliminarGracias, César
ResponderEliminar