viernes, 25 de marzo de 2016

CRÓNICAS DE HEMM

Colección ALIEN SPACE.


Ebook de 74 páginas.
A la venta en 
Amazon por 0,99 euros.
(Una novela incluida en la colección: Alien Space)

FANTASÍA / CIENCIA FICCIÓN.

SINOPSIS:
Novela corta de ciencia ficción, space opera ambientada en un futuro cercano que nos invita a entrar en un mundo ficticio, donde la realidad y la fantasía se alternan para describirnos posibles escenarios futuros.

Primer contacto de la Tierra con civilizaciones alienígenas cuyas intenciones no son muy amigables.

COMIENZA A LEER LOS PRIMEROS CAPÍTULOS:






CRÓNICAS DE HEMM:
Contacto con la Tierra


PRÓLOGO


En algún lugar de África
Diario del doctor Woonk:

14 de Enero de 2017
Ayer volvimos a sobrevolar la jungla centroafricana Jane y yo. El viejo helicóptero volvió a remontar el curso del río Ubangui, esta vez por su orilla norte. Como en la sur, la selva llega hasta la misma linde del río cubriendo cualquier vestigio de Kannar. Fue imposible hallar el más mínimo indicio que al menos sirviese para levantar un poco los ánimos de la expedición, cuyos miembros, tras tres meses de búsqueda infructuosa están cayendo en la desidia y la frustración.
Muchos más, fueron los meses y los años que invertí recopilando toda la información necesaria para convencer al gobierno, y conseguir una subvención para esta expedición arqueológica.
Kannar solo era hasta hace unos meses una leyenda en boca de algunos nativos del centro de África. Igual que el estudio de la Odisea y la Ilíada por Schliemann en 1868 le llevó al convencimiento de la existencia de Troya, y a su localización geográfica dos años después. La compilación de todas las leyendas de tradición oral que en Centroáfrica mencionan a Kannar o "La ciudad de los dioses”, ha servido para elaborar mi tesis doctoral, donde demuestro casi definitivamente que Kannar existió hace unos diez mil años, lo que la convierte en la ciudad más antigua de la historia humana.
En mi tesis relaciono Kannar con el Edén de la biblia y con el mítico Olimpo, ciudad de los dioses griegos.
Realmente Kannar debió ser una ciudad fascinante y única en todos sus aspectos; apareció en pleno neolítico medio. En la selva ecuatorial africana, entre unas culturas prehistóricas que desconocían el fuego. Allí, hace diez mil años, fue edificada “la ciudad de los dioses” por una civilización desconocida que rodeó la urbe con una muralla de piedras, traídas desde miles de kilómetros, y se encerró en ella. Nunca trataron de conquistar a sus primitivos vecinos neolíticos; en realidad pocas cosas podrían tener estos que ambicionara el hombre de Kannar. La relación entre la civilización Kannar, (constituida por una sola ciudad), y el resto del mundo se limitó a esporádicos encuentros en los que los primeros ayudaban o enseñaban a los segundos. Del estudio del pueblo Kannar he conjeturado que estos pertenecían a una subespecie de homo sapiens muy superior a nosotros, de forma que no existía parangón entre ambas, igual que ahora nosotros no tenemos confrontaciones con los chimpancés.
El ciudadano de Kannar nunca tuvo pretensiones expansionistas ni colonizadoras. Viajaba mucho por todo el mundo, pero sólo lo hacía para aumentar sus conocimientos sobre este: Al concluir cada viaje, el punto de retorno y descanso era siempre Kannar.
Cinco mil años después de su aparición, mientras en la antigua Mesopotamia se descubría la escritura y en Egipto se comenzaban a construir los primeros templos a Ra, Kannar desapareció. La ciudad quedó vacía, posiblemente todos sus habitantes murieron por alguna razón que desconozco. Pero ningún hombre osó franquear las puertas de la ciudad después de su abandono. Sus murallas continuaron siendo respetadas por las tribus todavía neolíticas vecinas de Kannar.
Sin embargo, la naturaleza no respetó la ciudad, que poco a poco fue engullida por la jungla, la inexorable vegetación de la selva centroafricana escaló sus murallas y derribó los templos prohibidos de su interior, el Ubangui fue inundando año tras año los magníficos jardines, hasta que Kannar desapareció del mapa terrestre en algún lugar cerca de la orilla del río Ubangui, bajo el lodo de este o entre la exuberante maleza selvática. Indicar el lugar preciso es imposible; yo no tengo una Odisea o una Ilíada escritas en la época que Kannar desapareció; sólo tengo la leyenda, recitada de padre a hijo durante generaciones, y en cada generación un dato se perdía para siempre y otro era añadido.
Pero es indudable que Kannar está ahí abajo, en algún lugar de la cuenca del Ubangui-Uele entre lmpfondo y Bondo.
Aunque los ojos no la puedan ver, la cámara infrarroja y el scanner sónico deberán detectar algo en la vegetación o en el terreno que indique el lugar donde descansa la ciudad milenaria de los dioses.

15 de Enero de 2017
Hoy hemos hecho un descubrimiento que puede darnos la solución que tanto esperamos; en el mapa de densidades de la zona rastreada ayer, se ha encontrado un área de unos quince kilómetros cuadrados donde la densidad del terreno es mucho más alta que la media de la zona. Esto puede significar que allí hay piedras enterradas, y quince kilómetros cuadrados de piedras en una zona donde la roca no es usual, son muchas piedras. Mañana mismo comenzaremos las excavaciones. Ya he dado las órdenes para trasladar todo el equipo a aquella zona. No existen caminos para llegar hasta allí, deben hacerse mientras se avanza. Espero que mañana alcancemos el lugar, y que podamos comenzar a excavar el terreno inmediatamente. ¡Dios quiera que tengamos suerte!

18 de Enero de 2017.
¡Al fin la hemos encontrado!
Ayer y antes de ayer, excavamos y excavamos sin encontrar nada, día y noche sin descanso. Esta mañana hemos hecho una tregua, les he dado la mañana libre para reanudar el trabajo por la tarde con más ánimos.
Jane y yo hemos aprovechado para dar un paseo junto con Alfred y Alex. Nos hemos acercado hasta la orilla del río, últimamente este ha aumentado mucho su caudal, antes de verlo ya nos ensordecía con el fragor de su corriente. Hemos llegado hasta la parte interior de un antiguo meandro que ahora está a punto de desaparecer y convertirse en un pequeño lago.
En la orilla de enfrente el agua se ensañaba con furia contra la pared arcillosa que guía su curso actual y que se desmorona inevitablemente. De pronto Jane gritó: "¡Mirad, allí hay algo!", y efectivamente en la pared de enfrente, la erosión persistente del río había dejado al descubierto un trozo de mármol rectangular, que ha resultado ser parte de un genuino capitel que corona una enorme columna granítica de ¡quince metros de altura!
Hemos trasladado el equipo a aquella zona y mañana comenzaremos a trabajar. ¡Kannar está a nuestros pies esperando que la saquemos y la mostremos al mundo!

15 de Marzo de 2018.
Tras un año de arduos trabajos, la forma de Kannar comienza a definirse ante nuestros ojos: Grandes espacios vacíos es la tónica dominante en la arquitectura urbana de la ciudad que efectivamente debió estar rodeada por una enorme muralla de la que aún se conservan restos. Esta muralla tuvo en su época una altura de treinta metros y casi quince de espesor en su base, todavía no hemos averiguado en que punto de la muralla se hallaban las puertas de entrada a la ciudad, aunque no es de extrañar si se tiene en cuenta que esta barrera tenía una longitud total de treinta kilómetros, que de forma elíptica aislaba a Kannar del resto del mundo.
En el centro de la ciudad está lo que yo llamo el Templo, el edificio de mayor envergadura; es de base completamente circular, con un diámetro de seiscientos metros y una altura de treinta y cinco, tiene la forma de un plato invertido.
Esta construcción únicamente está acompañada por unas quince o veinte torres cilíndricas equidistantes entre sí y muy cercanas a la muralla rodeando el perímetro interior de esta. Estas torres tienen todas treinta metros de diámetro y debieron alcanzar los… ¡ciento cincuenta metros de altura! auténticos rascacielos prehistóricos.
El resto de la ciudad está vacía, tan solo existen caminos que recorren su interior, protegidos por cientos y cientos de columnas idénticas entre sí e idénticas a la que Jane descubrió hace un año semienterrada en el margen del río.
Realmente no es lo que yo esperaba encontrar; no hay casas, ni templos ni esculturas ni inscripciones, ni joyas, ni vasijas... no hay nada excepto la enormidad y rectitud de las torres, las columnas y el Templo. Pero la expectación del mundo está pendiente del paso que mañana vamos a dar. El Templo. El gigantesco edificio central, está perfectamente conservado, su techo no se ha hundido, y sus paredes continúan intactas. No hay ni un solo resquicio, ni una sola ventana en toda su superficie. Sólo cinco puertas selladas con piedras conducen al interior del edificio. Mañana vamos a entrar, retiraremos la piedra circular que tapa una de las entradas y seis miembros de la expedición accederemos al interior del Templo, un lugar donde nadie ha entrado desde hace cinco mil años.

16 de Marzo de 2018.
¡Hoy es el gran día! Dentro de una hora me desplazaré hasta la entrada norte del Templo donde me encontraré con mis cinco compañeros. Entraremos con un equipo de respiración autónoma, 'walkies' y linternas de luz roja. Alex llevará una cámara de infrarrojos con la que grabará toda la aventura, yo grabaré en mi móvil cuanto sea de interés. Estoy terriblemente nervioso y ansioso por ver qué secretos guarda Kannar en su interior.


Transcripción de la grabación del Doctor Woonk en la expedición al interior del Templo:
<<Los seis tenemos puestos ya los equipos autónomos de respiración. Estamos a unos cincuenta metros de la puerta norte. Un gran gentío se agolpa a nuestro alrededor, entre ellos puedo ver a Jane que me guiña el ojo.
La grúa ha comenzado la maniobra que moverá la piedra lo suficiente para que nosotros podamos entrar, una vez lo hayamos hecho volverá a sellar la entrada para preservar al máximo su atmósfera interior.
La piedra se mueve poco a poco, hay gran expectación entre todas las personas desplazadas hasta aquí.
¡Ya está abierta la entrada! El rumor que se oye está producido por una corriente de aire huracanado que surge del interior. La presión interior debe ser muy superior a la atmosférica.
"¡Vamos, acerquémonos a la entrada!".
Alfred nos grita al resto que avancemos. ¡No estoy seguro de que podamos avanzar sin que la corriente nos derribe! "¡intentémoslo!".
¡Cada vez cuesta más caminar! Alfred ya ha traspasado la entrada. "¡Todos estamos dentro, podéis cerrar de nuevo, cambio!".
La puerta de atrás nuestro se cierra. Aquí dentro todo está oscuro. El viento ha cesado, pero siento el peso de la presión en mis oídos.
"La lectura de oxígeno marca 0, el anhídrido carbónico 60% y 40% de metano".
Estamos en una especie de pasillo de paredes negras, de unos... diez metros de ancho y diez metros más de alto. "¡Acercaos a la pared! ¡Es metálica!".
¡Dios santo! Estamos tocando la superficie de la pared y parece estar constituida por un material metálico completamente negro. “¡John!, intenta coger una muestra del material.”
El pasillo parece alargarse en línea recta sin bifurcación alguna. Alfred, con un plano a escala del perímetro del edificio y una brújula, comienza a hacer el plano interior del templo.
A juzgar por los esfuerzos que le está costando a John obtener una muestra de metal con el captador láser, este debe ser de gran dureza.
Comenzamos a avanzar por el pasillo a paso lento. Las características de este no varían.
"Hemos avanzado ocho metros en dirección al centro del templo". "¡Aquí se bifurca el pasillo!".
Hemos llegado a un punto donde el pasillo se cruza con otro de las mismas características, formándose una cruz. ¡Continuaremos por el mismo pasillo!
"El cruce se halla exactamente a 15,83 metros de la entrada".
Estamos aumentando el ritmo al que avanzamos por el pasillo, nuestros ojos se han acostumbrado a la oscuridad y ahora la luz roja de nuestras linternas parece llegar a cada rincón del singular corredor.
"¡Otro cruce de pasillos!".
"Justo a 15,83 metros del cruce anterior".
Continuamos por el pasillo inicial que parece conducir directamente al centro del edificio.
Hemos andado 15,83 metros más y hemos encontrado el tercer cruce de pasillos, y el nuestro continua... ¡Una rampa!, el suelo se inclina. Bajamos.
"La rampa comienza a los diez metros del último cruce, la inclinación es de... 20 grados". ¡El pasillo se acaba!, entramos en una enorme sala circular.
'Estamos a 21,30 metros del último cruce, o sea a... 68,79 metros de la entrada'.
La sala debe tener cincuenta metros de diámetro y el techo tiene forma de cúpula con unos veinte metros de altura. Toda ella está formada por un material gris brillante, inequívocamente metálico. En el centro de la sala hay un cilindro del mismo material, aparte de él, no hay nada más en la enorme sala. De ella parten... siete pasillos contando el que hemos recorrido. Nos acercamos al cilindro central.
"Mide seis metros de longitud y dos de diámetro”.
"¡Fijaos en esto, está compuesto por dos mitades!".
El cilindro parece ser una especie de caja, quizás un sarcófago. Una ranura longitudinal nos hace presumir que es posible abrirlo de alguna forma, pero parece enormemente pesado.
"No hay forma de moverlo".
Alan intenta abrirlo sin éxito. No nos entretendremos mucho aquí, no creo que podamos abrirlo.
Todos los miembros de la expedición estamos empujando y palpando pero no encontramos ningún resorte. Ahora Alex empuja por un lado y John por el extremo opuesto sin... ¡Se mueve!
"¡Se está abriendo!".
"¡No lo toquéis!".
Un dispositivo neumático, creo, abre de forma automática el cilindro. Poco a poco se está dividiendo en dos sin que nadie lo manipule. ¡Alejaos todos de él!
"¡Dios santo, no es humano!".
"¡Es fantástico!".
En su interior hay algo, alguien... un cadáver. Hay una esfera metálica a sus pies. Pero su forma no es humana. ¡Ni mucho menos!
"¡Lleva un traje espacial! O algo parecido".
“¡No os dais cuenta!, ¡es un extraterrestre!”
“¡Kannar era una base extraterrestre en la tierra!”.
No sé qué decir, ya se ha oído lo que opina Alex, quizás...

Crónicas de HEMM:

 Después de mil años surcando el cosmos infinito, GEN se acerca a su destino. De nuevo el pueblo Hemmita llevará su ley a las estrellas. La semilla de un nuevo imperio será sembrada.
Haremos honor a nuestros antepasados, cuyos nombres serán conocidos por más seres inferiores quienes nos adorarán como a sus nuevos dioses. 
Tras mil años de dura existencia nuestro pueblo podrá abandonar GEN y todas sus limitaciones; se acabó el control de natalidad, el reciclaje... y sobretodo convivir con los repulsivos seres de GORR-ATH y SSHEZ. Porque a pesar de haber nacido, y vivido siempre, en nuestro mundo artificial, un Hemmita jamás podría acostumbrarse a la presencia de esos seres inferiores, cuyo lugar está en las minas de los asteroides, o en apartadas áreas de trabajo y producción.
Pronto alcanzaremos el primer planeta, y allí tendremos suficiente materia prima para formar el nuevo ejército Hemmita. Que dominará al resto de mundos y subyugará a los pueblos que los habiten.

CAPITULO I: Proyecto Génesis, en Bruselas

Jacques Chamandei cruzó a grandes pasos el pasillo de salida del palacio de congresos ginebrino abarrotado de congresistas, periodistas y guardias de seguridad. Para algunos el congreso había sido un éxito. Para Jacques había sido casi tan inútil como todos los anteriores desde que se fundó la Federación Internacional del Espacio (FIE), en el año 2030. Esta vez se había dado el visto bueno al proyecto "Ciudad Espacial", pero eso sólo era un peón ganado en la gran partida que se estaba jugando.
Jacques era un ingeniero de cuarenta y dos años, un hombre alto y bastante atractivo... DESCARGAR NOVELA COMPLETA EN AMAZON


ÓRBITA MORTAL

Colección ALIEN SPACE.


Ebook  de 73 páginas.
A la venta en 
Amazon por 0,99 euros.
(Una novela incluida en la colección: Alien Space)



FANTASÍA / CIENCIA FICCIÓN.

SINOPSIS:
Novela corta de ciencia ficción, space opera ambientada en un futuro cercano que nos invita a entrar en un mundo ficticio, donde la realidad y la fantasía se alternan para describirnos posibles escenarios futuros.

Encerrados en una gigantesca nave, perdidos en las inmensidades del universo, los miembros del turno 38 deberán aplicar todas sus capacidades deductivas para resolver un extraño misterio.


COMIENZA A LEER LOS PRIMEROS CAPÍTULOS:





ÓRBITA MORTAL:
Asesinato en el turno 38

CAPÍTULO 1: XENA


De pronto se hizo la luz. Poco a poco comenzaron a fluir los pensamientos en mi mente. Pensamientos espesos, lentos, carentes de sentido. No sé cuanto tardé en tener conciencia de mi misma, pudieron pasar segundos o quizás horas.
Aún tardé más en sentir la cabeza, tenía los ojos cerrados y sin embargo la luz era cegadora. La boca estaba reseca, la lengua áspera y entumecida. No podía mover los brazos, las piernas ni las manos. Recuerdo que fue la lengua, precisamente, lo primero que moví; algo rasposo rozó mi paladar y sentí dolor.
Quizás aquel dolor fue como el que siente el neonato al salir del útero materno. Una señal del mundo, indicándote que estás viva.
Continué bastante tiempo allí tumbada, en la unidad de vida asistida. Negándome, inconscientemente, a mover un solo músculo, a volver a la vida, a volver al dolor. Mi mente comenzó a despejarse, recordé donde estaba. Recordé el proyecto "Disper­sión”.
***
El ambicioso proyecto pretendía extender la vida terrestre al resto de la galaxia. Lanzar semillas de vida al espacio. La humanidad tenía esa deuda pendiente con la maltrecha biosfera terrestre. Gaia había apostado muy fuerte por el hombre; el hijo mimado, que casi había destruido la única vida conocida, estaba destinado a extenderla fuera de la Tierra.
"Arca de Noé I" era la primera semilla. La enorme nave fue construida a doscientos mil kilómetros de Júpiter.
Las presiones de los movimientos ecologistas y humanistas consiguieron, a finales del siglo XXIII, que la Confederación se embarcase en una empresa multimillonaria que no iba a producir beneficios a corto ni a largo plazo.
La nave se cargó con embriones y huevos de miles de especies animales, con millones de semillas y, por supuesto, con una dota­ción humana compuesta por trescientas personas de ambos sexos y varios miles de embriones que asegurarían una buena dispersión genética.
Finalmente el "Arca de Noé I" partió hacia el espacio, hacia Centauria, el segundo planeta de Alfa Centauri A, nuestra estrella más próxima. Un planeta con vida microbiana en sus mares, dotado de oxígeno en su atmósfera y con temperaturas bastante aceptables en su zona ecuatorial. En cien años alcanzaríamos nuestro destino.
Ahora la nave surcaba un infinito océano de estrellas, a años luz del Sol y también de nuestro destino, sólo las luces lejanas de la galaxia nos acompañaban en el silencioso viaje. A nuestro alrededor únicamente estaba el vacío; millones y millones de kilómetros de vacío casi perfecto en cualquier dirección. Era la soledad perfecta, con mayúsculas, lo más parecido a flotar en el limbo. 
***
Cuando abrí los ojos apenas pude distinguir la cúpula abierta de mi unidad. Todo estaba en penumbra, pero a pesar de la oscuridad tuve que permanecer largo rato con los ojos semicerrados, dolidos por la luz. En mi mano derecha encontré el mando para inclinar el lecho. Presioné levemente el aparato y lentamente la plataforma comenzó a incorporarme.
Mientras me erguía observé el número gravado en mi unidad: "X-38". Era la X de Xena, mi nombre y el número de mi turno, había llegado el momento. Desde la partida se habían sucedido treinta y siete turnos de dos años, y ahora nos tocaba al turno treinta y ocho. Eso significaba que hasta el momento todo había salido bien, ¿o no?
Debido a la pseudo gravedad de un cuarto de G, me sobrevino un leve mareo cuando me halle en posición semi vertical. Al enfo­car de nuevo la vista descubrí a mi derecha a Paul, mi Paul, tendido sobre la placa de su unidad. Él también me vio y me lanzó una sonrisa, una mueca, como diciendo "¡Hola!". Yo intenté sonreírle, no sé si lo conseguí. A pesar de su mal aspecto, lo vi guapo, con su rubia melena totalmente alborotada, algo más larga que cuando partimos, una barba  incipiente, los ojos cansados, pero la mirada alegre. “Te quiero” pensé, pero de momento me era imposible traducirlo a palabras.
Giré la cabeza dolorosamente, y pude echar un rápido vistazo a la sala de hibernación de nuestro turno. El resto del grupo también estaba despertando: Adelaida, la joven de bello rostro caoba intentaba sentarse sobre el lecho de su unidad de hibernación, mientras abría y cerraba la boca como si tuviera un gusto amargo, ella era la pareja de Philip, nuestro jefe de grupo. Mikel, un hombre huesudo y extremadamente delgado, pero con un rostro amable ya caminaba tambaleante hacia la unidad de Selma, su pareja, una rubia menuda y exuberante que yacía sobre su unidad, gesticulando y moviendo con torpeza los miembros. Philip ya se encontraba incorporado y caminaba hacia mí.
-Hola Xena, ¿Cómo estás? -Su voz sonó gangosa, yo intenté responder que bien, pero sólo logré emitir un gruñido.
Philip comprobó mis constantes vitales en la pantalla lateral de mi unidad. Acto seguido me comunicó que cuando pudiera me reuniese con él en la mesa de control y se encaminó hacia Paul.
A pesar de mi estado, no me fue difícil descubrir la gran inquietud que reflejaba el rostro de Philip. ¿Algo iba mal? No alcanzaba a adivinar que había fallado, pero sentía que algo horrible debía haber sucedido.
Reuní todas mis fuerzas y con los músculos agarrotados comencé a caminar hacia la mesa de control. Esta se hallaba en el otro extremo de la sala, más allá de las unidades de los turnos treinta y nueve y cuarenta. Di unos pasos tambaleantes y estuve a punto de caer, pero Paul me sujetó antes por detrás.
-Gracias.
Paul me rodeó con sus brazos y beso tiernamente mis labios resecos.
-Apóyate en mí. Ha sido una siesta muy larga, ¿no te parece? He estado setenta y seis años soñando contigo.
El humor de Paul me hizo sonreír: Nadie sueña durante la hibernación.
-Espero que no fuese una pesadilla -respondí.
Nos acercamos a la mesa, donde ya estaban sentados Philip y Adelaida. Nos incorporamos a la reunión casi al mismo tiempo que Selma y Mikel, quienes caminaban como zombis hacia nosotros. Philip esperó a que todos atendiéramos para comenzar a hablar.
-Antes de nada, enhorabuena a todos y bienvenidos al turno treinta y ocho del "Arca de Noé I". Según he comprobado llevamos setenta y seis años, tres meses y siete días de viaje.
-¡Bien! -Interrumpió Selma, y todos aprovechamos para felicitarnos. Philip permaneció impasible hasta que el silencio se hizo de nuevo, entonces continuó.
-Supongo que ya os habréis dado cuenta de que nadie ha venido a recibirnos. Los miembros del grupo treinta y siete no están aquí.
De pronto recordé qué era lo que no estaba saliendo según el programa: ¡El turno treinta y siete! ¿Dónde estaban? Deberían haber supervisado nuestra reanimación. El turno anterior siempre debía despertar al siguiente antes de volverse a hibernar.
Por la expresión de mis compañeros descubrí que no era la única que no había reparado en ello. Una fría tensión nos embargó a todos. Por primera vez tomé conciencia del dilatado lapso de tiempo que había transcurrido desde nuestra partida. ¿Qué había sucedido durante aquellos siete largos decenios? ¿Habrían cambiado las normas de sucesión?
Philip volvió a tomar la iniciativa, como jefe de grupo a él le competía decidir lo que debíamos hacer. 
-Creo que nuestra prioridad número uno es encontrar al grupo treinta y siete, y descubrir que ha pasado. Así que nos vamos a dividir en parejas. Xena y Paul, vais a ir a la sala de hibernación seis para comprobar "in situ" si el turno anterior está hibernado o despierto. Mikel y Selma, quiero que vayáis a la sala de comunicaciones y que comprobéis todos los mensajes enviados o recibidos desde ahora hasta cuando podáis. Adelaida y yo iremos al centro de control, revisaremos el cuaderno de bitácora y el estado general del sistema. Comprobad los intercomunicadores y dentro de dos horas nos reuniremos de nuevo en el comedor. ¿De acuerdo? Pues en marcha.
***
Diciendo esto Philip dio por concluida la reunión y se levantó de la mesa. Philip era, a sus treinta y tres años, el mayor de los componentes del grupo; un hombre alto y delgado, tenía el cabello negro y el rostro huesudo. No era atractivo, pero ya en el período de entrenamiento destacó como líder natural de nuestro pequeño grupo. Nadie dudó que él fuera el jefe de turno.
Al salir de la sala de hibernación las tres parejas nos dirigimos a diferentes pasillos para cumplir nuestra primera misión, que al contrario de lo que esperábamos, no era en absoluto rutinaria.
Paul y yo no tuvimos que recorrer un largo pasillo hasta llegar a la sala de hibernación número seis, donde se encontraban las unidades del turno treinta y siete. En el exterior de la sala un panel indicaba el estado de las unidades; todas desconectadas, en teoría no había nadie hibernando dentro de la sala. Para cerciorarnos de ello debíamos entrar, así que Paul comenzó a buscar los códigos de abertura de la puerta.
***
Los trescientos tripulantes del "Arca" estábamos empare­jados. La mayoría lo hicimos durante los años de formación y entrenamiento para la misión. Era un viaje sin retorno, para colonizar un nuevo mundo; comenzar una nueva vida. Se decidió que todos los tripulantes debían tener su pareja.
Al principio se especuló con la idea de enviar una tripulación compuesta únicamente por mujeres. Ciento cincuenta mujeres basta­rían para colonizar el nuevo planeta. Sería una primera gene­ración matriarcal que gestaría a la siguiente generación planetaria mediante una nutrida provisión de embriones y semen congelados.
Aunque la idea era muy atractiva; se mantenía el potencial reproductivo disminuyendo a la mitad el número de tripulantes, no se consideró apropiado un turno bianual con sólo tres personas, y se discutió mucho sobre los efectos psicológicos que podía producir en estas mujeres afrontar toda una vida sin parejas del otro sexo. Finalmente, una milagrosa inyección de dinero al proyecto inclinó la decisión hacia la alternativa de parejas.
Numerosos grupos feministas pusieron el grito en el cielo, increpando a la organización de machista y de atentar contra la libertad sexual, ya que durante la preselección no se admitió el concurso de gais o lesbianas. Así que todos los candidatos tuvimos que buscar nuestra pareja entre los miembros preseleccionados del otro sexo. Yo, personal­mente, no me sentí especialmente preocupada por el tema. Lo consideré algo superfluo.
Siempre he sido de carácter solitario. Durante mis años en la universidad no salí nunca con ningún chico, y aunque sea un tópico decirlo, oportunidades no me faltaron. El proyecto "Dispersión" era mi gran sueño; mi único sueño. Anhelaba la idea de llegar a un mundo nuevo, virgen, lejos de los tumultos, donde cada persona fuese importante, un lugar donde poder llevar a la vez una vida sosegada y emocionante; pero sobre todo libre. Sin normas sociales, sin leyes escritas, sin deberes impuestos, sin derechos adquiri­dos. Poder crear una sociedad diferente, exenta de injusticias. ¿Qué importancia tenía quien fuese mi pareja? Yo iba a tener hijos con él, pero también gestaría otros embriones seleccionados. Juntos trabajaríamos para educar y formar a todos ellos. ¿No era ese el deseo de todos los expedicionarios? ¿No pretendíamos crear una sociedad utópica? Donde todos fuésemos felices. Y si el matrimonio no funcionaba siempre podríamos deshacer nuestra unión libremente.
Conocí a Paul un año antes de la partida. Ya entonces me atrajo su aire soñador, su rostro ovalado y risueño. Siempre estaba bromeando, tenía la capacidad de hacer pequeños los grandes problemas. Trabajamos juntos casi todo el último año.
Debido a la afinidad de nuestras especialidades; él era licenciado en macroecología y yo en bioingeniería; y a nuestro origen común, ambos éramos terrícolas y del continente europeo, llegamos a congeniar bastante. Nació entre nosotros una amistad sincera. Nuestro trato era afable, pero él nunca se insinuó, o quizás yo no di pie a ello, debo reconocer que no soy una persona de trato fácil, además de que siempre he rehuido de los hombres. Así que me sorprendió bastante cuando un mes antes de la partida me pidió si quería ser su pareja:
-No podría pedírselo a nadie más –me dijo con una sonrisa en sus labios.
-Hay muchas chicas para elegir, y precisamente tú tienes candidatas de sobra –le contesté bajando la mirada.
-Xena –me dijo él cogiéndome las manos- mírame a los ojos y dime si no sientes algo especial por mí. Dime que me equivoco y que me he enamorado de la mujer errónea. Si es así, me alejaré de ti y no te molestaré más.
Estuve tentada a decirle “Sí, te has enamorado de una mujer que no sabrá corresponderte como mereces” pero mis manos temblaban entre las suyas, y su proximidad hacía que mi corazón latiera con fuerza.
-Sí –dije con voz apagada- sí, quiero ser tu pareja.
Cuando alcé la cara para mirarle, él aprovechó para besarme en los labios. Fue el beso más dulce de mi vida.
Por desgracia, aquel mes fue trepidante, de una actividad desenfrenada. Paul y yo no tuvimos muchos momentos de intimidad. La siguiente situación más apasionada que recuerdo fue el beso de despedida antes de hibernar. Estábamos emparejados, pero no habíamos consumado nuestra unión, todavía.
***
Setenta y seis años después Paul intentaba abrir la puerta de acceso de la sala 6-SVA (suspensión de vida asistida).
-Ya está -dijo mientras la puerta presurizada comenza­ba a abrirse. Ante nosotros apareció una estancia idéntica a la nuestra. Con treinta y tantas unidades debidamente numeradas.
Los seis compartimientos de los miembros del turno anterior estaban al final de la sala. Nos acercamos sigilosos hasta las cabinas, como temiendo despertar a los durmientes de su largo sueño.
Las unidades estaban cerradas. Al comprobar el estado de la primera vimos que indicaba "vacía". Hicimos un chequeo completo del sistema; la unidad parecía funcionar perfectamente y todos los datos indicaban que el sistema SVA no estaba en marcha.
Después de confirmar varias veces todos los datos, Paul y yo decimos abrir la cabina y hacer una última comprobación vi­sual.
Debo confesar que no estaba preparada para ver el horrible espectáculo que se escondía en su interior. La cúpula se retiró lentamente dejando al descubierto el lecho que esperábamos vacío. Pero, sobre él yacía el cuerpo calcinado de un hombre.
Grité. El espanto casi me hizo perder la recién recuperada conciencia. ¡Un cadáver! Y horriblemente quemado. ¿Qué había sucedido? ¿Quién lo había colocado allí? Multitud de preguntas asaltaron mi trastornada mente mientras me abrazaba estremecida a Paul.
Sentí latir su corazón con fuerza, pero sus palabras fueron sosegadas:
-Tranquila, ahora debemos comprobar las otras unidades.
Cuando ya me hube serenado un poco, realicé una primera ins­pección ocular del cadáver mientras Paul examinaba la siguiente cabina.
Se trataba de un hombre, por la inscripción en la cúpula podía suponerse que era Luther, bioquímico del turno anterior. Siempre y cuando aquel cuerpo correspondiese con la unidad. Era difícil asegurar si llevaba mucho tiempo muerto; la estanqueidad de la cámara de hibernación y la ausencia de microorganismos necrófagos en la nave podía ralentizar enormemente el ritmo de descomposición.
El cadáver presentaba múltiples heridas incisivas en todo el cuerpo, que rasgaban su uniforme por doquier; parecía que había sufrido los efectos mortíferos de una explosión. Deberíamos esperar a la autopsia posterior para saber con más certeza que le había sucedido al pobre desdichado. Paul me avisó que estaba a punto de abrir la segunda cabina.
Nos preparamos para lo peor. Y, efectivamente, encontramos un segundo cadáver en su interior.
Este pertenecía a una mujer joven y tenía varias heridas en el pecho. Sospechamos en seguida que había sido asesinada con un arma blanca.
Abatidos, continuamos nuestra macabra labor. Abrimos la tercera unidad, y apareció un tercer cadáver, después el cuarto, quinto y sexto: toda la tripulación del turno anterior  había muerto.
El sexto cadáver, Abraham según la inscripción, presentaba dos peculiaridades: Había muerto por asfixia; parecía un suicidio, a menos que alguien lo hubiese metido con vida en la unidad desconectada y luego la hubiese cerrado herméticamente. Además, tenía junto a él un dispositivo láser de información.
Paul cogió el dispositivo, y tras echar una última ojeada al improvisado cementerio, decidimos informar a nuestros compañeros:
-Hemos encontrado a los miembros del turno 37 –informó Paul por el intercomunicador.
-¿Dónde están? –Preguntó Philip- ¿Qué les…
-Están todos muertos –le interrumpió Paul- están dentro de las cabinas de hibernación.
Con la cámara de mi aparato enfoqué el macabro espectáculo, para que mis compañeros se hicieran una idea de la situación. Oí varios gritos apagados emitidos por Selma y Adelaida.
-Bien, vayamos todos inmediatamente al punto de reunión –ordenó Philip. Y ambos nos encaminamos hacia el comedor....DESCARGAR NOVELA COMPLETA EN AMAZON


TERRITORIO ALIEN

Colección ALIEN SPACE.


Ebook  (95 páginas).
A la venta en 
Amazon por 0,99 euros.
(Una novela incluida en la colección: Alien Space)



FANTASÍA / CIENCIA FICCIÓN.

SINOPSIS:
Novela corta de ciencia ficción, space opera ambientada en un futuro cercano que nos invita a entrar en un mundo ficticio, donde la realidad y la fantasía se alternan para describirnos posibles escenarios futuros.

Aventuras en los mundos olvidados, las colonias que orbitan alrededor de las lunas de Saturno.

COMIENZA A LEER LOS PRIMEROS CAPÍTULOS:





TERRITORIO ALIEN:
Los mundos olvidados

CAPÍTULO 1: EL PROFESOR TANAK


 El profesor Tanak caminaba con paso firme sobre la helada superficie del planetoide.

A cada pisada los clavos hidráulicos de sus botas se hundían en el hielo facilitando el apoyo necesario para caminar. La baja gravedad del satélite, casi cincuenta veces inferior a la marciana, hacía indispensable su uso.

La pendiente del terreno se acentuaba lentamente. Se estaba acercando a la cresta del cráter.

Antes de comenzar la corta escalada, se detuvo un instante para contemplar el panorama que ofrecía el cielo de Encelado en aquellos momentos. Cuatro lunas colgaban a poca altura sobre el horizonte. La más cercana mostraba con descaro los más pequeños detalles de su orografía, mientras que Titán, la más lejana, ocultaba sus secretos bajo una encarnada capa de nubes. A su espalda, el firmamento estaba cubierto por la inmensa mole de Saturno, omnipresente, indescriptible, envuelto por su magnífico anillo.

No era extraño sentirse observado ante aquel despliegue de elementos.

Intentó olvidar su inquietud y alzó un poco más la vista para observar, a través de la visera, el débil Sol que tímidamente iluminaba la escena.

La estrella sería pronto eclipsada por el enorme cuerpo del planeta y sólo contaría con la débil luz de las lunas, así que emprendió de nuevo la escalada.

A pesar de la pronunciada pendiente no suponía un gran esfuerzo subir. No era comparable a las agotadoras excursiones marcianas.

Cuantas veces había recorrido kilómetros de áridos lechos fluviales en Kasei Vallis, buscando pequeños indicios de fósiles marcianos; escudriñando cada palmo del terreno para no pasar por alto ninguna piedra, ningún guijarro que aún guardase en su interior los secretos de la extinguida vida marciana.

Desde la cresta contempló la cuenca del cráter, donde se escondía su misterioso objetivo. En el centro estaba montada la gran torre de excavación.

Después de largos días de perforación había llegado por fin al enigmático objeto que semanas antes había detectado enterrado a más de siete mil metros de profundidad.

Un escalofrío recorrió su cuerpo, a pesar del grueso traje aislante que le protegía del gélido exterior. De nuevo, le embargó la extraña sensación de sentirse vigilado. Detrás sólo estaba la desolada llanura y la colosal esfera planetaria.

-Estoy solo -se dijo a sí mismo.

-Estoy en un mundo perdido y deshabitado, lejos de la civilización. En la frontera de los planetas. Donde nadie se interesa por lo que pueda hacer un viejo loco -. Y con este pensamiento se dispuso a bajar hasta la torre.

El profesor Tanak era uno de los más renombrados exopaleontólogos del siglo XXIII. Había comenzado su carrera como buscador de microfósiles, para el Museo Planetario de Marte, cuando todavía era un joven estudiante. Durante aquellos primeros años reunió la más completa colección de estromatolitos que el museo exhibía; él solo, había reunido más de la mitad de todas las muestras fósiles halladas en Marte.

Se decía que tenía una intuición especial para encontrar, entre los millones de piedras que inundaban las vastas llanuras, justamente aquella donde la vida marciana había dejado su leve marca tres mil millones de años atrás.

En el año 2215 fue nombrado director del Museo. El cargo le apartó de las salidas al exterior y le obligó a dedicarse por entero a tareas administrativas. Estar encerrado en una oficina y asistir a protocola­rias reuniones sociales, consumía su paciencia y su ánimo. Si aguantó tres años en el cargo, antes de dimitir y volver a sus trabajos de campo, fue para conseguir la aprobación de la expedición "Ulises". Su gran sueño.

Desde entonces llevaba cuatro años recorriendo el sistema solar, buscando indicios de vida pasada en todos los planetas, satélites y asteroides que su intuición le aconsejaba.

Pero fue en los anillos de Saturno donde halló su mayor descubrimien­to. Entre la escoria que orbitaba el planeta había encontrado unas huellas impresionantes, con tan sólo algunos cientos de millones de años de antigüedad. Este hallazgo le había sugerido una teoría sorprendente. Tan insólita, que no se atrevería a darla a conocer hasta no tener más pruebas de su certeza. Y en Encelado podía estar la prueba definitiva. Si aquel objeto era lo que él suponía, entonces sería más que suficiente para demostrar su teoría.

Al fin llegó hasta el pie de la torre. Un abismal agujero de cuarenta metros de diámetro, y siete kilómetros de profundidad, se abría ante él.

Excavar el pozo había sido lento, pero no demasiado complicado gracias a la ayuda de la excavadora. Ahora se arrepentía de haber despedido a los mineros que habían instalado la torre de excavación adquirida en Titán, pues bajar hasta el cuerpo enterrado y colocar los ganchos de sujeción era un trabajo duro. Sin embargo, cuando hace unos días descendió a Titanópolis, la principal colonia de Titán, sólo encontró bandidos, estafadores y otros indeseables. La colonia había degenerado en una especie de ciudad sin ley, debido a la enorme distancia que separaba Titán del centro de la civilización humana, localizado en los planetas interiores. De forma que decidió no confiar en nadie para cumplir su importante misión, y en cuanto estuvo instalada la torre, despidió a los operarios enviándolos de vuelta a Titán.

Titanópolis era una ciudad descomunal, en realidad, era la única gran ciudad del Sistema Saturniano. A pesar de estar catalogada como una ciudad Confederal, donde regía el derecho de la Confederación, el profesor encontró una ciudad caótica, llena de corrupción y vanda­lismo, desorden y suciedad. No podía imaginarse de otro modo a los rebeldes asentamientos mineros que albergaban algunas lunas menores. Le habían prevenido del peligro que suponía acercarse a estos enclavamientos, allí ladrones y piratas gozaban de plena libertad.

Por lo tanto, decidió establecer el menor contacto posible con los habitantes de Saturno.

Conectó los tres motores de la torre. Tres gigantescos rodillos comenzaron a volcar los cables de acero en el agujero. Al cabo de diez minutos ya se habían desenrollado siete kilómetros de cables. Se acercó a la plataforma que colgaba de un cuarto cable, y se acomodó en ella abrochándose el cinturón de seguridad. Tras echar un último vistazo a las lunas del exterior, comenzó el descenso.

Pronto la oscuridad fue absoluta, con la linterna enfocó las paredes de la galería para ver como las rocas desfilaban ante él a gran velocidad.

Esta vez los diez minutos se hicieron más largos. Recordó aquella vez que Pillie y él habían bajado por una de las chimeneas del Monte Olympus. Recordaba su cara radiante de felicidad mientras observaba las formaciones volcánicas a través de la envidriada cabina.

¡Qué lejanos parecían ahora aquellos tiempos felices! Cuando todo era fácil y hermoso. Pero su matrimonio duró poco, un año escaso. El virus de la H.I.D., que ataca al cerebro humano, a veces mata lentamente a sus víctimas, haciéndoles sufrir una larga agonía. Pero Pillie sólo estuvo enferma una semana, a los pocos días el virus se llevó su vida, y con su muerte el profesor perdió también su único vínculo con la sociedad humana.

Desde entonces se refugió siempre en lugares desolados; en sus amadas llanuras marcianas, durante su juventud y en lejanos planetas, ahora. Siempre distanciado del resto de la gente y sus problemas, que cada vez le importaban menos. Sólo le interesaban los fósiles y las rocas, y quizás los recuerdos.


2

La plataforma disminuyó de velocidad, el descenso estaba acabando.

Sobre su cabeza podía distinguir un pequeño círculo luminoso, una solitaria estrella en un tenebroso firmamento. Dirigió la linterna hacia la oscuridad que se cernía a sus pies. A pocos metros apareció una brillante punta de iceberg.

El objeto tenía forma de vaina, sólo uno de los extremos emergía de las rocas circundantes. Manipuló el control de la plataforma para acercarse hasta él. Desde allí se veía enorme, y aún estaba enterrada la mayor parte; en total debía medir unos cien metros de longitud.

Fijó la linterna para iluminar la zona de trabajo y conectó la taladradora, después apoyó la herramienta sobre la superficie lisa y dura del objeto, y accionó el mando descargando toda la potencia de la máquina contra la cara exterior de este.

Al cabo de un minuto separó el taladro para comprobar el resultado; apenas unas leves marcas. El trabajo iba a ser más duro de lo que suponía.

Trabajando con la máquina a máxima potencia consiguió finalmente horadar unos centímetros la blanquecina envoltura del objeto. Esto sería suficiente para que la argolla hidráulica se fijase sólidamente.

Movió la plataforma hacia la izquierda, alrededor del singular pináculo, para fijarla a unos cuarenta metros del primer orificio.

Apoyó de nuevo el taladro sobre aquella pulida superficie, pero antes de accionarlo fue cuando se produjo el temblor. Comenzó como una vibración imperceptible en el punto donde iba a perforar, de pronto la vibración se convirtió en una oscilación enérgica que se trasmitió a la plataforma.

El profesor Tanak salió lanzado fuera de esta. Quedó colgado del cinturón, incapaz de hacer nada, mientras aquel enorme cuerpo se agitaba.

Sintió golpecitos en su casco, eran piedrecitas que caían. El tintineo aumentó hasta convertirse en un retumbar ensordecedor. Rezó porque ninguna piedra demasiado grande dañara el casco que le separaba del vacío. Permaneció varios interminables segundos allí colgado, impotente, esperando que sucediera lo irremediable.

Pero, tan súbitamente como había empezado, el temblor cesó. El ruido todavía resonaba en su cabeza mientras se balanceaba en la oscuridad. Su corazón palpitaba enloquecido. ¿Qué había ocurrido? ¿Un terremoto? ¿Un derrumbamiento producido por la excavación? Mil preguntas asalta­ron su mente mientras intentaba trepar a la plataforma. En Encelado eran frecuentes las erupciones de agua líquida; enormes géiseres se pueden observar en su superficie incluso desde una órbita lejana. Sin embargo, cualquier explicación que buscase quedaba oculta tras la certeza que se fraguaba en su cerebro: había sido aquella cosa.

La gran vaina pálida se había sacudido, intentando defenderse de la usurpación que él le estaba infligiendo. Fuera lo que fuese, lo que se ocultaba en su interior, se había despertado.

Cuando finalmente logró instalarse en la plataforma y recuperó la linterna, enfocó de nuevo el objeto. 

Examinó toda la superficie que su posición le permitía observar. No encontró ninguna anomalía. ¿Podía haberse avivado aquella cosa después de tantos años de aparente inactividad?

Hacía días que en lo más profundo de su ser albergaba esa esperanza, desde que comprobó la antigüedad del cráter. ¿Todavía albergaba vida su fantástico hallazgo? El objeto había caído sobre aquella luna hacía menos de cien millones de años. Era un período de tiempo demasiado largo para un ser vivo. ¿O no?

Una eufórica ansiedad se apoderó de él. Deseaba poder examinar aquel extraordinario ente cuanto antes, de forma que tras una corta vacila­ción optó por continuar perforando.


3

Arriba ya había anochecido, el sol se ocultaba detrás de Saturno, cuya cara nocturna fulguraba con luz propia, producida por increíbles tormentas eléctricas. Ahora sólo dos lunas iluminaban la torre de excavación, que se erguía siniestra sobre el gigantesco pozo.

Una vez en el exterior, el profesor comprobó todos los enclavamientos de la torre, por si el temblor había causado algún daño. Todo se hallaba en perfecto estado, así que se instaló en la cabina de mando y arrancó los potentes motores que tensaban los cables.

Mientras lo izaba, pudo medir con exactitud la masa del objeto. Teniendo en cuenta que se ejercía una fuerza de doce mil kilos para elevarlo, su masa debía ser de ¡mil quinientas toneladas!

Al cabo de media hora asomó la impresionante punta por la boca oscura del agujero, y cuando tuvo medio cuerpo fuera se pararon los motores quedando suspendido en el vacío. Al contemplar así su ejemplar, el profesor quedó maravillado por el descomunal tamaño de este. Un escalofrío recorrió de nuevo su cuerpo. Con sólo pensar en las consecuencias que se derivarían de su teoría se le helaba la sangre.

Casi le temblaban las manos cuando efectuó la maniobra de ensamblaje del equipo propulsor. Cuatro motores criogénicos y un sencillo sistema automático se encargarían de elevar el objeto hasta una órbita baja, donde sería fácil recogerlo con su crucero. Colgado de la torre y con el grupo propulsor cerca de su base, parecía un antiguo cohete de figura fusiforme. Ahora podía ver el otro extremo de la gran vaina; tal como imaginaba estaba deformado por el colosal impacto que lo hundió a siete mil metros de profundidad. La superficie de aquella parte no era lisa como la que trabajara unas horas antes, sino rugosa y estriada, como si estuviese diseñada, o adaptada, para penetrar y perforar la helada corteza de Encelado.

Este pensamiento aceleró de nuevo los latidos de su corazón. Aquel era, sin duda, el mayor descubrimiento de su vida. El mayor logro de la Exobiología hasta la fecha, sobre todo si aún se conservaba vida latente en su interior.

Los motores de propulsión comenzaron a expeler un fuego azulado, y el objeto se elevó con suavidad. Las argollas hidráulicas se despren­dieron, lentamente llegó a la altura suficiente para entrar en una corta órbita elíptica. Un último impulso de los motores y su luz se apagó; si más tarde fuera necesario, el pequeño ordenador los activaría para conservar la órbita predefinida de forma precisa y exacta.

El profesor Tanak observó la enorme vaina que ahora flotaba en el espacio. El trabajo estaba hecho. Intentó localizar su crucero, el “Ulises I”, que orbitaba a gran distancia, pero no pudo distinguir su brillo del resto de estrellas. Por un momento experimentó de nuevo aquella inquietud que durante todo el día le había acompañado. Todo había salido bien y no había nada que temer. El éxito de su misión estaba asegurado.

Ya tan sólo restaba dirigirse al transbordador que había sido su base los últimos días y regresar al crucero, para después capturar de la órbita el espécimen. Un aviso a la compañía minera bastaría para que retirasen la torre de excavación.

Sin comprender su aprensión, se encaminó a la cresta del cráter. En la cima echó una última mirada atrás, antes de descender a la planicie donde esperaba la nave.

Esta vez sí oyó rugir los motores, y sintió su empuje al elevarse del pequeño planeta. En pocos minutos este no fue más que una gran bola plateada suspendida en el vacío. Tenía ganas de llegar al crucero y poder disfrutar de mayor espacio libre, poder flotar en la cúpula de proa sin tener que vestir el incómodo traje espacial, o caminar por los largos pasillos con el suave calzado electromagnético sin tener que arrastrar las enormes botas de clavos.

Durante los últimos años el crucero había sido su hogar, y la soledad su única compañía. Nunca había echado a faltar nada, se había construido su propio mundo en el interior de la enorme nave.

El brillante punto al que se dirigía tomó forma, definiéndose el contorno de la voluminosa zona de carga que había incorporado al crucero; la caja de cien metros de longitud donde custodiaría el hallazgo.

Al aproximarse dejó que Héctor se encargara de la maniobra de atraque automático. El contacto fue suave. Silbó el aire al nivelarse las presiones y se encendió la luz verde que permitía el transbordo a la nave.

Saltó al pequeño puerto de atraque y en cuanto tocó suelo el calzado electromagnético le proporcionó el familiar apoyo del crucero. Caminó hacia el puente de mando.

¡Hola, Héctor! - Héctor no era una unidad último modelo, pero él se había acostumbrado a sus frases cortas y concisas, casi siempre predecibles, y en cierto modo le tenía cariño.

-Bienvenido, profesor Tanak.

Hacía varias semanas que no oía la impasible voz de Héctor, pero le pareció que su respuesta había tardado algunas décimas más de lo normal.

-¿Sucede algo, amigo? -Esta vez las décimas se hicieron segundos.

-No hay novedades importantes, profesor.

El profesor se detuvo en seco. Su rostro adquirió un tono sombrío.

No le preocupó tanto la demora de la respuesta como el mensaje de esta: Héctor había repasado los sucesos acontecidos durante su ausencia y había decido que ninguno era importante para él. Sin embargo, Héctor no estaba diseñado para este tipo de razonamiento. La respuesta esperada habría sido una extensa relación de pequeños incidentes, que él, sí habría podido clasificar como importantes o no. Con paso acelerado entró en la sala de control, donde tres grandes pantallas visualizaban diferentes vistas del exterior.

Tecleó en la consola las órdenes para comprobar el estado del sistema. Instantáneamente obtuvo la respuesta: "Sistema desactivado".

Una garra metálica le aprisionó el hombro. Sintió crujir la clavícula, y al tiempo que un agudo dolor le nublaba el conocimiento se giró para ver por un instante el rostro semi metálico de su atacante antes de desmayarse.


CAPÍTULO 2: PIRATAS



4

La esbelta figura del capitán pirata, mitad humana y mitad cibernética, recorrió el largo pasillo de acceso a la zona de carga. Al cruzarse con unos hombres que arrastraban parte del botín notó como en el silencio crecía la tensión ante su presencia.

Si los hubiese mirado ellos habrían bajado la vista. Aquel terror que emanaba de su ser era lo que le daba el poder.

En la enorme caja de carga del “Ulises I” los piratas habían introducido su nave de guerra el "Estrella del Norte". Esta  casi rozaba el techo, pero no ocupaba, ni mucho menos, toda la longitud de la caja; unos cien metros. ¿Para qué necesitaba aquel loco profesor marciano tanto espacio? Desde que abordó la solitaria nave en la órbita de Encelado esta pregunta le había obsesionado. Ahora tendría la respuesta.

Fue muy fácil vencer la débil resistencia de Héctor, el anticuado autómata que gobernaba aquel crucero. Pero la maniobra de esconder al "Estrella del Norte" en el interior del carguero resultó mucho más delicada.

No quería despertar la menor sospecha antes de conocer el propósito de su víctima. Todavía quedaban muchas preguntas, y el profesor las iba a responder.

En la pequeña habitación-celda de la enfermería el profesor Tanak descansaba envuelto entre sábanas acolchadas. El pirata con rostro de azófar se acercó a su lecho.

-Buenos días, profesor. ¿Ha dormido bien? -La voz surgió gutural, cavernosa.

-¿Quién es usted?, ¿Qué pretende?, si quiere… -Su interlocutor le interrumpió mostrando de nuevo aquella sonrisa plateada.

-Tranquilícese, no se ponga nervioso. Nada malo le va a suceder. Lamento haberle causado daño en mi, "efusivo", abrazo de bienvenida. En realidad a veces no puedo controlar bien la presión de mis miembros.

El pirata acercó sus brazos con garras a la cara del profesor, con un movimiento mecánico.

-Supongo que comprenderá las limitaciones de un pobre inválido como yo. Verá profesor, la cuestión es que usted ha entrado en nuestro territorio impunemente, sin presentarse ni pedir permiso. Así, que hemos tenido que confiscar su crucero de momento, mientras ponemos en regla su situación aquí -el sarcasmo del pirata desconcertó al profesor.

-No tenía noticias de que aquí hubiese un estado independiente. De hecho no tengo noticias de la existencia de ningún estado por esta zona. Aparte de ocasionales expediciones mineras, el territorio interior a la luna Dione se supone deshabitado hasta la gran Central Energética en la Atmósfera de Saturno.

-Pues supone usted mal, profesor. Todo este territorio me pertenece. Al igual que cualquier otro donde mi fuerza sea la fuerza dominante.

A la mente del profesor acudieron entonces las palabras del Prefecto en Titán:
“... Cuídese usted de los piratas que infectan los anillos de Saturno, son bandidos sanguinarios que atacan a traición a sus víctimas, saqueando las naves y torturando a los desgraciados viajeros. De entre todos el más temible es Markab Mirifici, un ser mitad hombre y mitad máquina, despiadado y cruel. Sus mismos hombres le temen pues se dice que no tiene corazón, ni alma."

-¿Y si supongo que usted es el famoso capitán Mirifici, también me equivoco?

-Muy sagaz, profesor. Suele ocurrir que mi fisonomía es a menudo reconocida. ¿A qué cree que es debido? -El pirata dejó pasar un silencio sepulcral que el profesor no se atrevió a interrumpir.

-Pero, hablando de usted, profesor, me permite que le felicite por su hallazgo. ¿De qué se trata?, ¿Qué valor tiene su piedra?

El profesor sintió una punzada en el pecho.

-No tiene ningún valor para usted. Sólo tiene valor científico, "eso" puede explicar ciertas teorías exobiológicas importantes para mí, pero nada más, no es más que una piedra -el capitán pirata notó la agitación del profesor.

-Si es tan importante para usted, también lo será para el Museo Planetario, ¿cuánto cree que estará dispuesto a pagar por recuperar la "piedra"?

El pirata Markab acercó su cara a la del profesor, observándolo fijamente con sus ojos sanguinolentos.… DESCARGAR NOVELA COMPLETA EN AMAZON